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Varones de IBERO Puebla imaginan al hombre pospatriarcal

Diferentes grupos de estudiantes reflexionaron sobre la cultura machista

Con más interrogantes que certezas, una fracción de la comunidad varonil de la IBERO Puebla aprovechó el paro nacional de mujeres para situarse en el contexto y tratar de comprender lo que ocurre a su alrededor y cómo ellos, de una forma u otra, han sumado a la constitución y sostenimiento del patriarcado.

No es una dinámica nueva. El año 2020 fue un punto de inflexión para los feminismos en nuestro país; fue también la primera vez que las mujeres hicieron huelga tras una serie de movilizaciones históricas. Aquel 9M donde “ninguna se movió” fue la primera ocasión en que los varones se cuestionaron, ahora sí, “¿qué nos toca?”.

Los espacios de diálogo coordinados por especialistas de la Universidad Jesuita partieron del reconocimiento de la subjetividad. “¿Quién soy?, ¿qué me hace hombre y qué no?”. Preguntas tan elementales como pandóricas, los participantes —mayoritariamente estudiantes— se adentraron a la discusión sobre el género y su extensísimo glosario como quien tienta el agua de la ducha en pleno invierno.

Esa cautela se fue desintegrando progresivamente con respuestas que trastabillaban entre el cubrebocas y el temor a decir una barbaridad. “No siempre tenemos que hacerlo todo en casa”, ejemplificó un estudiante. Y otro sumó: “Desde pequeños [nuestros padres varones] nos decían que, si nos peleábamos en la escuela y nos ganaban, en casa nos iban a reprender”.

Consignaban las Tesis: “El patriarcado es un juez / que nos juzga por nacer”. A ellos también los sientan en la silla de los acusados. Para los hombres, resulta amenazante no ser fuerte, no ser el mejor, pues los priva de cumplir con uno de sus principales mandatos de género: proveer.

Quetzalcóatl Hernández Cervantes, coordinador del Doctorado en Investigación Psicológica, ubicó cuatro dimensiones de la masculinidad: pensamientos, sentimientos, comportamientos y sensaciones corporales. Fragmentar la esencia humana se convierte en una tarea de alta ingeniería para un género al que se le alecciona a ser pragmático, simple y básico.

Esa es una de las razones por las que los varones restringen su propia vulnerabilidad. “Nos cuesta trabajo dejar que las otras personas hagan algo por nosotros. El ego no nos deja”. La tradición que desciende sobre los hombros de los jóvenes supone una loza de valores patriarcales acumulados: padres, abuelos, bisabuelos. El machismo tiene raíces tan largas como la historia misma.

Soy una persona que puede llorar, puede sentir y puede hacer un cambio en la sociedad rompiendo estereotipos acerca del verdadero hombre

Cuando se habla del rechazo varonil a las emociones se involucra tanto las angustias como las ternuras, y se trata de hábitos aprendidos en el núcleo familiar. “Yo sé que mi papá será mi proveedor, pero no le puedo pedir más”. Es particularmente el padre quien corta de tajo toda expresión de emociones por parte de su hijo hombre con actitudes que van desde la réplica de estereotipos hasta el gélido trato de ‘usted’.

Las relaciones entre padre e hijo son complejas y pueden ser determinantes en el trato con otros hombres. Los participantes del círculo de diálogo coincidieron en que existe un ‘espacio mudo’ cuando ambas partes pasan tiempo a solas, mismo que solo puede romperse con pláticas circunscritas en la norma de género: autos, deportes, mujeres, negocios…

EL HOMBRE VERDADERO

En un espacio distinto, Juan Corona Román, procurador de Derechos Universitarios, buscó llegar con su grupo a la esencia de los condicionamientos de los varones. Introdujo así el concepto de ‘masculinidad tóxica’, vocablo de la jerga feminista que suele causar escozor entre los hombres. “Se siente extraño, como… ¿qué estoy haciendo?, ¿por qué me dicen que soy esto?”, reconoció un residente de Villa IBERO.

Hemos reflexionado sobre cómo nosotros hemos violentado, pero sobre todo qué podemos hacer al respecto y cómo nos vamos acompañando como hombres

Para evidenciar la presunta toxicidad, se les pidió a los participantes que hicieran un dibujo colectivo del ‘hombre verdadero’. La incorporación de atributos clásicos de la virilidad —musculatura, cicatrices, formalidad y vanidad disfrazada de desfachatez— llevó a los muchachos a concluir que, tal como han denunciado las mujeres respecto a la feminidad, no existe tal cosa como un canon ideal de hombría.

Así transcurrieron las sesiones de encuentro entre hombres. Con ideas al vuelo que eran atajadas por algún compañero que se sentía identificado. Con un repaso por el lenguaje, el comportamiento y la historia de vida propia y ajena. Con gestos de asentimiento y uno que otro respingo de estupefacción. Y con el consenso de que ser un hombre que deserta del patriarcado es una tarea de todos los días.