En un sótano, en el edificio de especialidades del IMSS “San José”, los pacientes esperan su turno para ser consultados.
Todos ellos están abrigados, con bufandas y gorros, siempre tienen frío; de pronto dejan asomar sus rostros demacrados y pálidos, con miradas tristes de desesperanza.
Es la sección de Oncología donde atienden los padecimientos de cáncer, de todo tipo, acuden para recibir su tratamiento, pero salen del hospital con las manos vacías porque no hay medicamento.
Para muchos de ellos continuar con el tratamiento contra el cáncer es una esperanza de prolongar la vida; para otros, el medicamento es una esperanza para erradicar el mal.
Don Bernardo, un paciente de 85 años con un cáncer de pulmón, viaja desde Tuxtepec, Oaxaca, donde vive una temporada con una de sus hijas: se traslada cada mes a Puebla para ser atendido, pero ha interrumpido su tratamiento porque no hay medicamento.
Son más de tres meses que él, al igual que cientos de derechohabientes del Seguro Social, no recibe el tratamiento por el desabasto de la medicina, ni siquiera es escasez, es desabasto.
Viaja en autobús cada mes más durante siete horas, con las molestias propias del transporte y la incomodidad por su estado de salud y las dificultades de movilidad propias de la edad.
“Me ayudan si presionan al director del hospital”, dice una y otra vez el médico tratante a los familiares de los pacientes que salen preocupados porque están interrumpidos los tratamientos.
Los familiares de los pacientes, y los pacientes mismos, no saben a qué director dirigirse, si a Zoé Robledo, el director general del IMSS, o a José Álvaro Parra Salazar, director de la Unidad Médica de Altas Especialidades “Manuel Ávila Camacho”, mejor conocido como Hospital “San José”.
Uno u otro no existen para los pacientes de cáncer porque no están al alcance de los ellos para pedirle por sus enfermos a quienes se les acorta la vida por la falta de medicamento, y a otros que pierden la batalla contra la enfermedad al suspendendese el tratamiento.
El ambiente en ese sótano oncológico es sombrío, yacen ahí enfermos de cáncer que siguen en espera desde hace 90 días de su medicamento; se preguntan si es falta de empatía de las autoridades sanitarias sin corazón, sí ese es el “humanismo mexicano” que pregonan, o esa es la “calidez” del IMSS.
Mujeres con pelucas, cachuchas y gorros, muchas de ellas jóvenes con cáncer de mama, deambulan por ese sótano de oncología que se convierte en el corredor de la muerte y la desesperanza.
Cientos de ellas regresan a sus casas con las manos vacías, tristes y demacradas, siempre bien abrigadas, porque las y los enfermos de cáncer padecen frío al disminuir su temperatura corporal.
Don Bernardo, de 85 años, ha optado por regresar a Puebla, con la esperanza de tener su tratamiento.
En la casa de otra de sus hijas duerme profundo y por tiempos más prolongados, con altas y bajas, en espera de que el gobierno del “humanismo” y el IMSS de la “calidez” le doten de medicamento, como una luz parpadeante de esperanza que ilumina los adornos navideños.
La página oficial del IMSS, según sus datos, atiende entre 12 a 13 mil pacientes de primera vez con sospecha o diagnóstico de cáncer de mama, cifra que aumenta hasta 50 mil derechohabientes anuales.
En La Paz, Baja California Sur, a principios del 2024, durante 4 meses la clínica #34 IMSS registró escasez de medicamentos para el tratamiento oncológico, provocado serias afectaciones en los pacientes con cáncer. ¿Hasta cuándo?
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