La guerra en la segunda década del siglo XXI se ha pintado de amarillo, azul, blanco y rojo. Los impactos parecen difusos cuando los vemos a más de 10,000 kilómetros de donde ocurre —la distancia entre Ucrania, Rusia y México—, pero la labor periodística de las y los corresponsales de guerra, como Constanza Pérez Haro, ha posicionado esta cruda realidad ante los ojos del mundo.
Esto no es cosa menor: mientras que un reportero común contempla en su equipo de trabajo una grabadora, un computador, un teléfono inteligente o una cámara, Constanza se incluye en su día a día un chaleco antibalas, un casco, un torniquete y una placa con su nombre completo, nacionalidad y tipo de sangre.
Ella despertaba y dormía entre alarmas estridentes y ecos constantes de las balas, misiles y bombas que han dejado más de 190,000 muertos a su paso y millones de damnificados. Ante este panorama hostil, Constanza Pérez relata el día a día de la guerra entre Ucrania y Rusia en menos de un minuto.
La periodista tiene más de 15 años de experiencia contando historias. Salió de su pueblo natal ubicado al sur de Andalucía (España) a México, donde desde el principio se enamoró de Puebla, “la ciudad de los ángeles”. Comenzó su carrera como reportera en diversos medios locales, para luego escalar de manera exitosa a las pantallas nacionales, y ese logro solo la impulsó a buscar más retos.
Fue así como llegó a Ucrania: “A pesar de mis miedos por salir en una televisora nacional, donde me iban a ver más de tres millones de personas, y a pesar de que yo nunca he cubierto una guerra yo dije ‘bueno, voy a ver qué pasa’. Y un día me llamaron”.
“La gente está triste, pero logramos que sonrían cuando les ayudamos durante el trayecto. Las secuelas de la guerra son visibles, pero la ayuda llega hasta lugares inimaginables”. Así fue como Constanza empezó su cobertura de guerra, en la que desde el principio buscó poner el alma en cada segundo que estuviera frente a cámara.
Reconoce que “no es fácil estar allí, porque al final tú puedes ser una víctima más de esta guerra. Siempre hay que tener claro que de nada sirve arriesgar de más, porque si llegamos a morir nuestro cometido no va a tener sentido; al final, nosotros vamos para contar lo que está sucediendo allí”.
Para la corresponsal, fue inevitable conmocionarse ante escenas desgarradoras, pero sabía que precisamente esas postales debían ser documentadas. Imágenes de edificios bombardeados, pueblos desiertos, familias separadas o las víctimas mortales de cada frente fueron algunas de las escenas que el mundo vio a través de los ojos y la narración de Constanza Pérez.
Pronto aprendió que “el directo perfecto no existe. El directo perfecto es contar las cosas con alma, intentando transmitir con sentimiento e intentando contar realmente la realidad y la tragedia de lo que están viviendo las personas”, una tarea en la que ella tuvo que aprender a gestionar sus emociones, y a ejercer su labor de manera excepcional en medio del conflicto.
Constanza culminó su cobertura de guerra en un cementerio, donde descansan los cuerpos de cientos de soldados caídos. “Al final todo termina aquí, con una guerra sin sentido. Estas personas lo único que hacían eran defender a su gente, porque aquí todos los días mueren inocentes”, cuya memoria resiste gracias a la labor de Constanza Pérez.